“El juego era ir enhebrando esos mundos” dice María Eugenia Alcatena sobre “Bordes”, el último que sumó a su primer libro de cuentos, Como ruedas como jaulas como comadrejas (Ayarmanot). Dice que eso fue lo que pudo hacer, a los diez días de haber parido: escribir ese texto como lo escribió, reconstruyendo los pedazos. María Eugenia es hija de Enrique Alcatena, el reconocido ilustrador argentino, y ya lleva escritos varios guiones de historieta y una novela interactiva (entre otros). Este es su primer libro sin coautores, y son once cuentos donde la realidad -y el lenguaje- se tuercen hasta un punto de no retorno.

En esos mundos más o menos cercanos a los nuestros, esa torsión es, por momentos, casi imperceptible. Por otros, es la regla más que la excepción. Los animales viven e interactúan con los humanos como humanos. Se vuelven ellos mismos algo nuevo, un híbrido que conserva algo del instinto salvaje que el hombre olvidó. También hay muchos servidores, personajes que cumplen tareas anodinas en apariencia, pero en las que puede jugarse la destrucción del mundo. Y después está “Bordes”, ese cuento imposible y extraño que condensa en definitiva gran parte de los gustos e inquietudes, de la búsqueda formal y artística de María Eugenia Alcatena como escritora intrépida, creadora de relatos donde la imaginación y su desboque es, casi, lo fundamental.

Quizás esta afición por construir espacios y tiempos extraños en este relato llegue a su paroxismo. Como en los saltos imposibles que damos en sueños, el cuento comienza con alguien que acaba de llegar a un mundo de horizontes vacantes e infinitos, de suelos negros sembrados de brazos. En ese laberinto el personaje también es el lector, ya que Alcatena lo invoca con la siempre inquietante segunda persona. “Por más hondo que caves cada antebrazo se extiende indefinidamente bajo tierra”. recurso que ya había explorado en No me llames Tami (2017), una novela de terror construida como los libros de la clásica serie Elige tu propia aventura, escrita junto a Florencia Miranda, Melisa Martí e ilustrada por Joaquín Bourdeu Barassi.

En “Bordes” no sabemos nada -ni dónde estamos, ni hacia dónde vamos ni el propósito del personaje- excepto que el tiempo se nos acaba. “Tenés solo hasta que los puños se cierren, al unísono”, dice el narrador. Y ese movimiento ya empezó apenas leímos la primera frase.

Preguntarle al autor lo que quiso decir, o si eso que escribe es o no un reflejo de sus experiencias, suele ser una tarea a veces estéril, otras, directamente equivocada. Sin embargo, lo que siempre lleva a puertos más interesantes es rastrear las marcas textuales, esos indicios que suelen colarse con vida propia en los textos a pesar del autor y sus intenciones.

Desde ya, una advertencia: en “Bordes” hay un embarazo, hay una inseminación, se dice con textualidad en el cuento. Pero no se termina de comprender si esa palabra, embarazo, significa lo mismo en ese mundo que en el nuestro. Se nos indica, sin explicaciones (¿dónde estaría el juego si no?), que debemos adaptarnos a un medio líquido y ambarino para respirar que nos va a sustentar hasta que logremos (o no) salir: que estaremos contenidos en una “membrana elástica”; que hay un túnel que se extiende de “anillos apretados” por el que finalmente tenemos que avanzar “en contra de las secreciones y de los espasmos”. Así la vida, como la escribe Alcatena, se abre paso.

Como ruedas como jaulas como comadrejas es, si fuera necesario clasificar, un compilado de cuentos de ficción que toma recursos y temas del género fantástico y la ciencia ficción.

Alcatena duda sobre esto de que haya “temas”. Más bien piensa que estos textos tratan de construir y explorar lugares y personajes. Por eso “Bordes” es un texto “potencialmente infinito”, reflexiona. Por eso la voz que narra el cuento nos dice que tenemos que descubrir “ese pliegue imperceptible en el tejido de lo real,”, y agrega, “y crearlo con la potencia superior de tu mirada”.

Pero esto no es solo patrimonio del género fantástico. Alcatena menciona una novela que le encanta, El trabajo de Aníbal Jarkowski. “No es para nada fantástica, pero lo que hace con el lenguaje, y la torsión del mundo es alucinante”, analiza. Ve en esta novela “una apuesta fuerte por el poder transformador de la imaginación”, algo que alentaba también Alberto Laiseca y trataba de compartir con sus alumnos, entre ellos, la autora. Solo uno de los cuentos (“Las nupcias salvajes”) comenzó en ese taller, en una época en que los chanchos le llamaban la atención.

No es el único chancho, pero tampoco el único animal de estos cuentos. Hay gatos que caminan en dos patas, almas humanas en cuerpos de comadrejas. Después también está “La reina de los lagartos”; la autora dice que es casi el único cuento sin elementos fantásticos, pero es difícil de creer. En ese relato, una paleontóloga especializada en el estudio de reptiles y anfibios es convocada para un proyecto importante, pero termina obsesionándose con una colega, la Doctora Cherpas. La paranoia crece aún más que la investigación. Rastrea a la colega y la encuentra en su casa, al sol, desnuda en medio de un jardín que ya casi es selva.

“Ahí estaba, echada sobre una reposera blanca, al sol, desnuda, larguísima como era, Cherpas”. Su voz surge embotada, como si estuviera dentro de un acuario, detalla su admiradora serial. Otros rasgos reptilianos se sugieren, pero jamás se confirman.

Es cierto que, en otros cuentos, la autora suele declarar abiertamente que el protagonista es un gato (“Gutiérrez”), o, que es un chancho el que devora los fantasmas de los muertos (“El vuelo resplandeciente de la princesa del algodón damasco”). En este no. En este cuento Alcatena coloca las piezas lo suficientemente cerca para que encastren, pero es el lector el que finalmente las unirá, transformándose en el responsable de su propio engaño.

A través de narraciones extraordinarias -en el sentido de “perteneciente a otro orden”, otra realidad- algo que logran los cuentos de Como ruedas como jaulas como comadrejas es hacernos reflexionar sobre cuestiones que no son para nada de otro mundo: la maldad sin sentido, la tendencia a la destrucción, la crueldad.

Dice la narradora de “Gutiérrez”, donde un gato doméstico empieza a caminar en dos patas y se vuelve un ídolo en un mundo del que sale para volver a su guarida y su andar cuadrúpedo: “Y el mundo es feroz, y se ensaña con aquello que le da la espalda y se le resiste, resuelto a apropiárselo”.