viernes, 24 de enero de 2020

Basta de discursos blancos primermundistas

Cambio, revolución y heroísmo: Binti y la Mascarada Nocturna

Portada de La Mascarada Nocturna, por Joey Hi-Fi.
Hace casi dos años, la editorial Crononauta celebraba su nacimiento sacando a la venta el primer tomo de la trilogía Binti. La llegada a nuestro idioma de la obra de Nnedi Okorafor, así como el inicio de la andadura de Crononauta, fueron motivo de gran alegría para nosotras y nos llevaron a tomar una decisión que no solemos poner en práctica en La Navereseñar la trilogía entera novela a novela. Tanto autora como editorial lo merecen, y queríamos festejar esta conjunción de modo especial.
Ahora, tras las reseñas de Binti Binti: Hogar que publicamos en 2018, hemos llegado al desenlace. A finales del año pasado se publicó el tomo que pone el broche final al periplo de Binti (Binti: La Mascarada Nocturna), de modo que aquí estoy de nuevo para hablaros de nuestra armonizadora himba, atrapada esta vez en una situación más compleja que nunca. Y, por esas coincidencias del destino, esta entrada no podía llegar en mejor momento: justo hace unos días anunciaron que Hulu va a llevar Binti a la pequeña pantalla, en una serie cuyo guion será coescrito por la propia Okorafor, junto a Stacy Osei-Kuffour. Doble celebración.
La Mascarada Nocturna arranca justo en el mismo punto en que nos dejó Hogar, y creo que la mejor forma de enfrentarse a esta novela es leyendo ambos tomos seguidos para no perder el hilo. Si no, la parte inicial puede llegar a desorientar tanto como le desorienta a la propia Binti la tecnología zinariya que está intentando asimilar. Aunque esa es en parte la clave del momento que atraviesa la joven: la confusión por todo lo que ha descubierto, agravada por la ansiedad de averiguar qué le está sucediendo a sus seres queridos. Así, los flashes de hechos pasados que le hace llegar la zinariya se mezclan con las visiones sobre su familia, la preocupación por Okwu y por la escalada de tensión entre medusas y khoush (en la que los himba han quedado involucrados), los recuerdos de la matanza en Pez Tercero, la frustración de sentir que todo se sale de control y el no terminar de ver claro qué puesto ocupa ella en el puzle. Todo este caleidoscopio de frentes abiertos le da cierto aire caótico a la mente de Binti y, como es lógico, a la novela en sí, que está mucho más fragmentada que sus predecesoras.
He estado dándole vueltas a cómo enfocar esta última entrada sobre la trilogía, porque hacer una reseña al uso no me terminaba de convencer. En general, la historia de Binti me ha gustado más por las reflexiones que encerraba que por la trama en sí. Y, aunque fue Hogar el tomo que más me inspiró en ese aspecto, he decidido hablaros de La Mascarada Nocturna más como la culminación de un proceso, haciendo un repaso general a las temáticas que se han tratado a lo largo de las novelas, su desarrollo y cómo se han visto encarnadas en los personajes. Sobra decir que habrá spoilers de la trilogía, porque no puede no haberlos, así que prevenido queda.
Ahora, parafraseando a los himba, vayamos de fuera a dentro.

Guerra y paz

La guerra entre medusas y khoush siempre ha sido telón de fondo en estas novelas. Todo lo que le ha ocurrido a Binti desde que decidió dejar su hogar está relacionado indirectamente con este conflicto ancestral que enfrenta a ambas razas y termina salpicando a quienes tienen alrededor. Pero en La Mascarada Nocturnala guerra vuelve a un primer plano. Al atacar a Okwu durante su visita a la Tierra, los khoush reactivan las hostilidades con el enésimo acto de guerra entre unos y otras que jamás les permiten firmar la paz de forma definitiva.
Sin embargo, esta sigue siendo, ante todo, la historia de Binti. Vemos la guerra a través del papel que intenta jugar ella como pacificadora (armonizadora). Y, a pesar de que todo acaba aparentemente en catástrofe, Okorafor aprovecha para crear un interesante paralelismo entre este conflicto generado por la obcecación de ambos bandos y lo distintas que pueden ser las cosas cuando hay un diálogo real.
—(…) ¿Alguno recuerda siquiera por qué empezó la guerra? ¿Las medusas intentaron drenar los lagos? ¿Los khoush masacraron a una tribu pacífica de medusas exploradoras? ¿Secuestraron a la hija del líder khoush? Si os preguntara uno por uno, enumeraríais distintas historias de hace tanto tiempo que los nietos de los nietos de los posibles testigos llevan años muertos. (…) 
Cuando Binti echa esto en cara a la líder de las medusas y al rey khoush no es únicamente un alegato a lo absurdo y esperpéntico que puede llegar a ser heredar ciegamente los rencores de los antepasados. También es un recordatorio de que un primer contacto violento, propiciado por el desprecio o la infravaloración al otro, puede acarrear consecuencias descomunales que intoxiquen a todas las generaciones venideras. Cómo y por qué empezó esa guerra es algo que los lectores no sabemos, porque ni siquiera los personajes lo saben. Las razones originales se han perdido en el olvido, pero tanto medusas como khoush han preferido agarrarse a su odio mutuo, acumulando un agravio tras otro que refresque el conflicto cada dos por tres, en vez de asumir que nada de lo que están haciendo ya tiene sentido. Incluso podría decirse que se han «perdido» a sí mismos: al apelar a la cultura himba profunda, Binti les recuerda a las medusas que su cultura se basa en el honor y a los khoush que la suya se basa en el respeto; ¿pero qué hay de honorable en las matanzas de las medusas y a quién respetan ya los prepotentes khoush?
Cuando alguien quiere matarse, siempre encuentra nuevas excusas que justifiquen sus acciones, y por desgracia estamos acostumbrados a ver cómo muchos de los conflictos reales de nuestro mundo tienen una raíz muy similar a esta.
Una de las cosas que más me gustó de La Mascarada Nocturna es que la trama parece conducir a Binti a convertirse en la heroína que ponga fin a esta rivalidad ancestral, pero justo cuando parece estar a punto de conseguirlo, todo se va al traste y la masacre se desata de nuevo. Es algo que agradecí: como ya le habían dicho a la muchacha en más de una ocasión, ese asunto tenía raíces demasiado profundas y estaba muy lejos de su alcance. Incluso si ambos líderes habían acordado una tregua, bastó la reacción violenta de un miembro cualquiera de los bandos para hacerlos estallar otra vez. «Se olvidaron de ella», dice Mwinyi. Así de frágil era su voluntad para la paz. Pero es que Binti no estaba destinada a ser la heroína de esa gente, sino de los himba. Su labor tratando de armonizar a medusas y khoush no llegó a buen puerto, pero sí logró abrir los ojos a su pueblo y traerles el cambio que auguraba la Mascarada Nocturna.
Las visiones que la zinariya le hace llegar a Binti a lo largo del primer tramo de la novela reflejan cómo se estableció el vínculo entre el pueblo del desierto y los alienígenas en el pasado. Fue el papel que jugó una muchacha en aquel primer contacto el que marcó la relación de ambas especies. Kande, una joven muy similar a la propia Binti, fue ejemplo para su pueblo sin proponérselo, sentó las bases para la convivencia y la integración, y gracias a ello los enyi zinariya se convirtieron en lo que son, cambiando, creciendo y desarrollándose. Aunque los ancianos no la tomaban muy en serio, confiaron en que seguir el camino marcado por ella era lo correcto. Aquí, Binti hace algo parecido, limando las asperezas entre los himba y los enyi zinariya, animando también a los primeros a abrirse, cambiar, crecer, desarrollarse. Ella misma piensa en Dele como ejemplo esperanzador de ese proceso: un líder joven, con un profundo amor por su pueblo y sus tradiciones, pero con la mirada amplia de quien está dispuesto por fin a escuchar y aprender más. Al final, mientras medusas y khoush deciden seguir matándose, lo que Binti logra armonizar es a los dos pueblos de los que ella formó parte desde el primer momento.
De este modo, la destrucción, la muerte y el estancamiento quedan asociados a la guerra, mientras que el diálogo y la convivencia son la semilla del crecimiento y el desarrollo. Es la unión lo que hace evolucionar a los pueblos, una idea que se plasma incluso en el vínculo entre Binti y Pez Nuevo: «Nuestra unión hará avanzar a las Miri 12».

El «otro»: comunicación, pertenencia y comunidad

Relacionado con lo anterior, está el tema de la otredad. Como ya comenté en la reseña de Hogar, Okorafor ha tratado este asunto desde distintas perspectivas desde que Binti inició su viaje. Hemos visto cómo maltratan los khoush a los himba, cómo maltratan los himba a los enyi zinariya, y cómo esa desconfianza y falta de respeto entre unos y otros ha dado lugar a mentes cerradas, prejuicios y una enorme carencia de empatía. Sin embargo, es en La Mascadara Nocturna donde se muestra de forma más gráfica, en parte porque vemos a las distintas comunidades interactuando y en parte gracias al papel de Mwinyi.
—¿No has aprendido nada de todo esto? —se quejó Mwinyi—. ¿Qué pensabas que era yo hace unos días? ¿Qué pensabas de todos los enyi zinariya? —Como no respondí, lo hizo él—: Creías que éramos salvajes. Te criaron para que lo creyeras, aunque tu propio padre sea uno de nosotros. Y sabes por qué. Estoy aquí, contándote cómo descubrí que era armonizador, y estás tan enredada entre tus mentiras que prefieres quedarte pensando si soy un espíritu antes que cuestionarte lo que te han enseñado. 
Mwinyi es uno de los elementos que más he disfrutado en la novela, por lo que representa y por ofrecer con su serenidad el contrapunto perfecto a la agitación de Binti. En cierto modo, ella se ha convertido en una melting pot humana: su sangre himba y enyi zinariya, su parte medusa, su vínculo posterior con Pez Nuevo… son demasiadas cosas diferentes que han ido a converger en ella y todavía tiene que encontrar la armonía entre unas y otras. Pero Mwinyi es un armonizador especializado en la comunicación, y para él la empatía hacia los demás es algo natural: «Una elefanta le había enseñado a armonizar y, en vez de usar su potencial en corrientes y matemáticas, le había enseñado a hablar con todo el mundo». Como dice Binti, el tipo de armonizador depende de tu forma de entender la vida. Y Mwinyi encarna el diálogo y la comunicación, las únicas formas que existen de dejar de ver al «otro» como una amenaza.
En circunstancias normales, quizá hubiese pegado más que una persona como él se encargara de intentar armonizar a medusas y khoush, pero no era el papel que le correspondía. Mwinyi está en esta historia para ayudar a Binti, y es interesante pensar que es a la propia joven a quien intenta armonizar. Binti se ha convertido en una extraña para sí misma, y Mwinyi la acompaña y la ayuda a «dialogar» con esas partes de su ser que no comprende o que aún trata de asimilar. Porque, sin comprenderte a ti mismo, también estás en guerra constante.
Quizá a causa de esta habilidad, para Mwinyi no resulta tan chocante la idea de pertenecer a varias comunidades al mismo tiempo. Él es un orgulloso enyi zinariya, pero los enyi zinariya son en sí mismos la fusión de un antiguo pueblo del desierto con la tecnología de los alienígenas dorados que visitaron la Tierra generaciones atrás. Él entiende que la mezcla es crecimiento y no le choca la múltiple identidad de Binti. De hecho, la ve con más naturalidad que ella misma. Y he disfrutado muchísimo estos rasgos de su carácter, porque, aunque también está aprendiendo cosas y no lo sabe todo, su actitud abierta hace que el mundo se expanda y se desdibujen las líneas que definen a los «otros», como si al final todos formasen parte de una única comunidad galáctica.
Mwinyi abrió los ojos y respiró hondo. Le encantaba poder «conectar con la tierra», lo adoraba con toda su alma. El universo era un canto conectado de historias, y él podía escuchar esa canción allá donde fuera.
—No volveré a llevar zapatos nunca —susurró para sí mismo.
La comunicación, que ha sido desde el principio una de las ideas base de la trilogía, deja aquí de manifiesto su valor más que nunca.
La trilogía llega a su fin.

Identidad, autodescubrimiento y el valor de uno mismo

Puede resultar chocante que una historia en la que se habla de conflictos intergalácticos esté tan enfocada en la experiencia de una única persona. Pero los himba «no van fuera, van dentro». Y con La Mascarada Nocturna he terminado de comprender que esa es la razón principal de que la trama siempre se repliegue sobre Binti y sea su corazón el que marque los pasos que siguen las novelas.
El tono de la trilogía siempre fue muy intimista, pero en esta última entrega el contraste es aún más acusado, porque está a punto de estallar una nueva guerra y Binti está justo en medio. Durante un momento, parece que el escenario va a convertirse en algo mucho más grande. Sin embargo, justo después de que se desate el caos, Mwinyi y Okwu meten a la joven en una nave, se largan del planeta y el tema no se vuelve a tocar. Las medusas y los khoush son un mero complemento a la historia de Binti, no al revés. Y, aunque se pueda sentir un poco anticlimático, como reflexiona ella misma después, fue esto lo que nos ofreció Okorafor desde el principio.
—(…) Me fui porque quería más. No abandoné a mi familia, mi gente o mi cultura. Quería añadir más a todo eso. Nací para ir a esa universidad y, cuando llegué, incluso después de todo lo que había ocurrido, esa idea se volvió más nítida. Encajo perfectamente en Oomza Uni.
»Pero también tenía que regresar a casa. Lo necesitaba todo: a vosotros, la universidad, el espacio. Quería ir de peregrinación para alinearme conmigo misma… Pero ese no era mi camino. (…) 
Al final, es mucho más relevante lo que aportan medusas y khoush al desarrollo de Binti que lo que ella aporta a la resolución de su guerra. Cuando empieza La Mascarada Nocturna, ella está saturada y confusa. En un momento dado, descubre que se ha roto su astrolabio, el aparato que recogía toda su vida, y es una bonita metáfora de lo rota que está ella también. Ya no sabe quién es. Pero, cuando la situación la empuja hasta el límite, cuando se encuentra sola frente a las delegaciones de medusas y khoush, frente al desprecio y la condescendencia del rey Goldie, se crece y retoma por fin el control: «No estoy loca. No soy pequeña. No soy tonta». En uno de los momentos más emotivos de la novela, Binti confía en sí misma y en sus habilidades, se muestra capaz de hacer algo que (en teoría) solo los ancianos himba podían hacer y descubre por fin su auténtico valor y poder como maestra armonizadora.
Ella acaba rota de verdad, cuando se inicia el tiroteo y se ve atrapada en el fuego cruzado. Pero su renacimiento (literal) posterior es también un renacimiento alegórico, porque todos los cambios que ha sufrido la han convertido en algo nuevo, como les ocurrió en el pasado a los enyi zinariya. Aunque esta vez se plasme de forma más radical, es una secuencia que en realidad ha vivido en cada una de las novelas de la trilogía: terminó Binti convertida en medio medusa, terminó Hogar con su zinariya desbloqueada, y ahora termina La Mascarada Nocturna vinculada a Pez Nuevo. Cada escollo superado de una forma u otra, sea con o sin éxito, es algo nuevo que ha aprendido y asimilado. Okorafor nos recuerda constantemente que todos somos fruto de las experiencias vividas, aunque no sean buenas, y la clave es saber armonizarlas en nuestro interior.
No obstante, los problemas de identidad de Binti no llegan a solucionarse del todo. Nadie se define por completo a los diecisiete años, y ella aún tiene mucho que digerir y aprender. El proceso será largo, no existen remedios mágicos, y la importancia del acompañamiento psicológico vuelve a salir a colación. Pero sí se siente algo más cómoda en su piel, como himba, enyi zinariya, medusa y Miri 12, añadiendo esas distintas características a su identidad, a pesar de que su rareza sea una pesada carga. Regresar a Oomza Uni la hace sentir en casa, porque la diversidad que define al lugar refleja la misma diversidad que la compone ahora a ella. Y, tal como hizo en su día con el otjize, fabrica también un astrolabio nuevo, conservando así los elementos representativos de su cultura, pero utilizando materiales diferentes que aúnan su amor por el espacio con su amor por su hogar.
El otjize se convirtió en algo distinto gracias a la arcilla de Oomza Uni, el astrolabio será único gracias a las piedras de Saturno, y Binti es única gracias a la sangre que comparte con distintos pueblos y especies. Pero, aun así, el otjize sigue siendo otjize, el astrolabio es un astrolabio, y Binti es Binti.

Consideraciones finales

Este ha sido un viaje muy interesante, y me alegro de haberme embarcado en él. Es cierto que, a título personal, me cuesta conectar con el estilo narrativo de Okorafor. Lo encuentro igual de seco y árido que el desierto que describe, y reconozco que en La Mascarada Nocturna he sentido más sus contras que sus pros. Mi enhorabuena para Carla Bataller, porque creo que la traducción ha debido ser bien ardua.
Pero merece la pena, aunque solo sea por los escenarios que plantea, tan alejados del marco estándar estadounidense. Okorafor no se limita a echarnos elementos exóticos aleatorios a la cara para camuflar lo mismo de siempre, todo es sólido: la cultura e idiosincrasia de sus pueblos, la mezcla de tradición y tecnología, de espiritualidad y ciencia. Me encanta que en la Tierra no parezca existir nadie más que los khoush, los himba y los enyi zinariya, porque ya tenemos sobresaturación de historias centradas en Estados Unidos con discursos blancos primermundistas. Conectes más o menos con la historia personal de Binti, asomarte a este mundo ayuda a expandir el horizonte. Y eso es algo que hoy en día nos hace mucha falta.
Si aún no habéis acompañado a Binti en su viaje, animaos. Ahora tenéis toda la trilogía disponible para poder leerla del tirón.
Pilar Caballero
Pilar Caballero (Reseñas/Corrección): Dikana en el ciberverso. Humanista, escritora y multitasking editorial, fan del storytelling en cualquiera de sus formatos. Criada en el terror, formada en la fantasía y ahora enamorada de la ciencia ficción. Me dedico a reseñar todo lo que caiga en mis garras como si no existiera el mañana.

CF a lo Tom y Jerry

Los días que vendrán: Sobre «Los hologramas no hacen compañía»

// Por Lucía Vazquez (Vdevendetta)
Cuando me enteré de que existía el libro de cuentos de Gonzalo Gossweiler cometí un fallido al entender el título. Los hologramas no(s) hacen compañía pensé que se llamaba y al terminar la lectura creo que ese fallido dio en alguna tecla.
No solo me llamó la atención la hermosa tapa de Leo Escobar para China editora sino la audacia de Gossweiler de presentar su libro como lo que es: ciencia ficción. En un panorama de literatura argentina que escribe mucho desde el género pero también oculta mucho esa pertenencia –por más irreverente que sea– este libro de cuentos me parece honesto, transparente y, por eso, efectivo. Gossweiler no le huye a la sensibilidad propia de una ciencia ficción heredera de Bradbury y sus Crónicas marcianas, esa que no pierde el tiempo explicando cómo funciona el cohete sino que se detiene a ver qué provoca en los personajes cuando despega. La novedad de Los hologramas no hacen compañía es, también, lo mejor de sus textos, la perspectiva infantil puesta al servicio del asombro de tópicos ya muy visitados por el género las últimas décadas.
Sin un criterio necesariamente cronológico, el libro va narrando el futuro de un espacio que es Tokio pero también es Buenos Aires y también es otro planeta. Son dieciséis relatos narrados alternativamente desde terceras personas o personajes protagonistas pero siempre manteniendo la focalización en los y las niñas que pueblan este futuro, tironeadas por la tradición –que es nuestro presente pero también nuestro pasado– y el entusiasmo de lo nuevo. Sin dudas, Gossweiler es un gran conocedor de la cultura japonesa y la pone a jugar como elemento de extrañamiento y tensión, porque las niñas y niños no solo tienen la difícil tarea de condensar en sus experiencias pasado y futuro sino también Oriente y Occidente, en una futuridad más hogareña a lo Bradbury que de ciudad masificante a lo Blade Runner. En este sentido, en cada relato Gossweiler apuesta a la simpleza (en la forma y en la trama), por lo que sabemos que leyó a Dick, pero esa lectura funciona más como un background imaginativo que estructural.
En los cuentos hay hologramas pero también muchos robots. Hay dispositivos posibles y soñables y también fantasmas. La última, y nuclear, tensión que se da en las y los niños es la de artificial/orgánico. Esta se traduce en el par antagónico virtual o analógico, y el desafío aparece a la hora de tener una mascota, de leer un libro, de curar una enfermedad. Los y las protagonistas deben, además, enfrentar al resto de los personajes cuando deciden en función de un deseo y no del modo de pensar y resolver imperante en un futuro que, en este sentido, es fácil de pronosticar.
La amenaza silenciosa del final pesa en varios de los relatos, la amenaza del (¿esperado?) post-apocalipsis, pero sin el regodeo cínico que solemos ver, por ejemplo en las últimas temporadas de Black Mirror o el cine catástrofe. Leemos varios de los cuentos con angustia, con miedo, porque parece que todo termina en cualquier momento; en este sentido son relatos muy contemporáneos, recuperan bien el sentir de época. Pero, sabemos, nothing ever ends.
Al final del libro queda la certeza de que más que nada son relatos sobre la infancia, llenos de preguntas sobre el futuro, pero también sobre el pasado. El género aquí permite reforzar la idea de extrañamiento y asombro que puede causar el mundo para alguien que está creciendo, alguien que sabe que tiene todo por delante y va descubriendo de a poco el peso de todo lo que tiene por detrás. Salvo “Un bebé para el bicentenario” (agridulce vistazo sobre el fin de la humanidad) y “Mi nombre es Wan Wan” (narrado desde la voz de un adorable perro robot), las focalizaciones infantiles permiten también reconstruir el mundo adulto. La perspectiva por momentos es un poco a lo Tom y Jerry (siempre los pies de los humanos, la mirada puesta en el gato y el ratón): vemos parcialmente a esos hombres y mujeres que se mueven sobre el mundo sin cuestionarlo porque son los encargados de sostenerlo. En cambio, las infancias están en construcción, pueden permitirse desafiar, cuestionar, cambiar. Que el primer y el último relato sean los que más fuera de la ciencia ficción quedan, por sus componentes mágicos, habilita la mirada liberadora de los niños y las niñas, resulta esperanzador. Vuelvo a mi fallido del principio y pienso que la ternura que desprenden la mayoría de los cuentos de Gossweiler tiene bastante que ver con eso. Se agradece un futuro no necesariamente distópico sino diferente en el que los y las niñas deben