A Jimena Néspolo le brotan las palabras. Cuando escribe, nos sumerge en un vértigo, por las formas diversas que puede tomar su pluma -digamos, su teclado-, plagando de guiños los textos, ejercicios de complicidad o jugueteos semánticos-literarios-filosóficos que se entiendan o no, llenan de gracia el texto. Y puede hacerlo, simplemente, porque le da el piné y así ofrecerse como escritora de cuentos, ensayos, poesía, instrucciones de un juego de roles o de literatura infantil, deslizando un interés por llevar cualquier tema y textura, a una dimensión política de las palabras y las cosas. Esa misma ductilidad porta Mundo Orco, la novela que recibió una Mención Especial en el Premio Futuröck Novela 2022, cuyo jurado estuvo integrado por Martín Kohan, María Moreno y Luis Chitarroni.

Comienza la lectura, una que no busca ser complaciente, lineal, previsible ni masticada. Mundo Orco está dividida en 5 capítulos. Artemisa -nombre de bautizo o de guerra- en el centro. Una motoquera que nunca se saca el casco, seña de identificación y anonimato ya que debajo de él no se reconocen rasgos femeninos ni masculinos. Frecuenta la “Casa Monacal” de la Logia de las Dianas, que obedece a Maese Loreto, la maestre de la secta feminista -nunca nombrada como tal- que es perseguida.

Diana es una cazadora, la diosa virgen, guerrera, condición que recuerda con esta historia, que la conformación de la sexualidad es el blanco de un sistema de vigilancia. Mundo Orco podría ser, entonces, una metáfora, una alegoría de las estructuras de poder del patriarcado donde La Logia de las Dianas se opone a la vigilancia del cuerpo femenino, a la cosificación, y a su explotación como actividad económica. El primer capítulo, “Episodios de cacería”, es una declaración en primera persona con artilugios de una ciencia ficción donde el cuerpo de Artemisa se muestra y oculta. Entrar en la Orden significa “ser sólo ausencia” para el mundo y llegar a coincidir con “la flecha que te mata, el suspiro que te emociona o te derriba” dentro de las regulaciones patriarcales para actuar como instrumento de homogeneización por fuera del control pornocapitalista. Su castidad militante habla necesariamente de sexualidad, del cuerpo individual negado en pos de un fin político. El casco que protege la parte más importante del cuerpo, la identifica y la torna una más de la Logia, borrando lo más singular, su rostro, que le permite ver sin ser vista. Maese Loreto también habla del cuerpo: “solo aparece la liberación del cuerpo cuando desaparece la preocupación por él”, cosa que no sucede en la webosfera con la superficialidad del cuerpo -su imagen- siempre expuesto. También es el lugar de encuentro entre Artemisa y su amigo Apolo, un hacker que provee las informaciones sobre el misterioso Orco.

Familiaridad y extrañamiento son las estrategias de Néspolo, o su resultado. Los espacios podrían ser reconocibles pero nunca están del todo definidos -se habla de comarca, circunvalación, conglomerado- , lo mismo sucede con las reminiscencias a los métodos de la dictadura “Pasar a la clandestinidad”, desapariciones, el “Hasta la victoria siempre” con la que termina la confesión del primer capítulo o la Fortaleza como lugar de detención de criminales mutantes, que también podría ser Ushuaia o Siberia, en el segundo capítulo cuando llega la condena y el cuerpo recluido, encerrado. Artemisa en la Fortaleza del “Círculo Polar” se escapa, concluye en una isla o todo podría ser parte de un juego, o cuerpo sobre cuerpo, capa tras capa, de la propia escritura. 

El capítulo de “Mundo Orco”, el más extraño, son instrucciones para el juego virtual, donde nada sería lo que parece y las máscaras son para tapar máscaras con visos y contundencia poética. El multiverso de la vida misma, repleta de posibilidades, condicionamientos y limitaciones que se logran decir y cumplir sin llegar a comprenderse del todo. ¡Nuestra vida! Artemisa escapa por las agitadas aguas oceánicas, en un barco llamado Melville y encalla en una isla desierta donde todo puede volver a comenzar, el mundo y su propia vida. Un paraíso. Allí conoce el amor y el sexo interespecie con luminosos centauros. Imaginación, ensoñación, locura. En la isla llega la materialidad del cuerpo. En el capítulo final, “La última Diana”, es el cuerpo del lenguaje, de la escritura, la mediación de la ciencia y de la cámara para comprender el mundo. Lo que se pone de manifiesto es el artificio, que estuvo siempre a la vista, lo que puede convertirse en un nuevo trazo de escritura envuelto en otra superficie.

Jimena Néspolo con esta novela -¿novela?-, de la mano de Diana o Artemisa, atraviesa la literatura de diferentes maneras y con Orco, alude a los monstruos de Tolkien, Moby Dick - Orca-, Orwell -vigilancia-, Foucault -biopolítica- o Laurence Sterne, escritor lúdico al que hace referencia con una calle como la Avenida Néspolo, o donde vive la protagonista, “en los congelados cubículos del complejo de la calle Dick”, en alusión al escritor de ciencia ficción Philip Dick.

La novela cuenta historias dentro de historias. Entre ellas, destaco dos, con el cuerpo como protagonista. Artemisa presencia la muerte de la hermana Aretrix, experiencia durante la cual la joven accede a uno de los secretos de la existencia: “Estamos acá para aprender a morir. La belleza y el tiempo son efímeros. Sólo la muerte nos pertenece.” Entonces, ni siquiera el cuerpo. La segunda, Gaboiela, la hermana que se mete en un prostíbulo y que así, logra mantener a toda su familia. La hermana habla de la madama como una visionaria que cuidaba a las chicas, que les leía poesía pensando en el desgaste de los cuerpos, la soledad, la vergüenza social a pesar de ser el sostén familiar. Valoraba el “saber sensitivo-poético” que en su piel se acumulaba y una misión: entrar en la logia para realizar “acciones mucho más calificadas” como perseguir la trata de blancas en la comarca.


Temas, estilos formas

Artemisa toma “un baño seco con trapo y rociador, como se imponía en la ciudad donde se racionalizaba el agua”. Piensa en “un tiempo de antes cuando era común y no un lujo como lo es ahora que las personas se criaran con sus engendradores” y en “la reproducción estatal controlada en función de la reproducción alimentaria”. Una sociedad donde está previsto el “trimonio” y el pornopolitiks “brinda todo tipo de servicio de modo gratuito” que es además “fácil y seguro, y confiable como el Estado”, “con el pornopolitks las necesidades de cualquier palurdo están resueltas”. El microcosmos de la protagonista está inserto en un escenario urbano multiutópico, nostálgico, con trazos de antigüedad futumoderna que arremolina el tiempo también en el lenguaje utilizando términos en desuso o que aún no se usan como reidio, excusado, pelafustán, tarumba, pant-pantalla o fojas de la historia.

La novela se interioriza en el cuerpo mismo de la escritura. Las tachaduras visibles que deja la escritora en la novela incluye la visibilidad del tachado. Esos trozos “de más” son retazos que dejan fluir a la escritura. Cicatrices. Así, las tachaduras en el texto cuentan otra historia, silenciada. Un afuera que se incluye para poner en evidencia lo marginado. Las rasgaduras infligidas del texto se encuentran a la vista para quien quiera verlas-leerlas. Heridas que son también las del cuerpo. De la misma manera, el cuerpo del lenguaje fluye cuando nos desprendemos de él, cuando lo dejamos ser y adquirir un ritmo libre más allá de las consideraciones racionales que podemos proponernos.

Jimena Néspolo escribe mientras critica, polemiza mientras narra. Provoca y se la banca. Cuenta historias por dentro y fuera de la historia del mismo relato y, en un mismo trazo, puede verse un novedoso gracejo mientras subvierte el orden de las cosas y tira ideas de cómo podría ser uno nuevo. Así como quien decía que no le interesaba una revolución si no se podía bailar, a Néspolo no le interesa un nuevo orden de cosas si no es iluminado por cierto humor y un espíritu crítico y juguetón. Hay nostalgia en su escrito pero, aún en las partes más oscuras, no sobreviene el pesimismo sino la energía de una escritura arrolladora. La obra confronta con temas actuales, no resueltos, abiertos, y permite seguir rumiando, seguir pensando, imaginar otros escenarios. Llevando al ritmo como galope, en ese estado nos deja Mundo Orco.