sábado, 12 de agosto de 2023

La conformación de la sexualidad es el blanco de un sistema de vigilancia

 

VISTO Y LEÍDO

Mundo Orco, una novela donde lo real y lo virtual confluyen para imaginar un escenario donde el metaverso está a la orden del día. 

Ya está disponible la primera mención del Premio Futurock Novela 2022, de Jimena Néspolo. La novela fue seleccionada por Martín Kohan, Luis Chitarroni y María Moreno entre 507 obras recibidas. El argumento: una joven comienza a militar en la La logia de las Dianas y la cacería se desata. Lo real, la virtualidad y el juego confluyen en Mundo Orco, un mundo muy parecido y, a la vez, muy distinto al nuestro.

A Jimena Néspolo le brotan las palabras. Cuando escribe, nos sumerge en un vértigo, por las formas diversas que puede tomar su pluma -digamos, su teclado-, plagando de guiños los textos, ejercicios de complicidad o jugueteos semánticos-literarios-filosóficos que se entiendan o no, llenan de gracia el texto. Y puede hacerlo, simplemente, porque le da el piné y así ofrecerse como escritora de cuentos, ensayos, poesía, instrucciones de un juego de roles o de literatura infantil, deslizando un interés por llevar cualquier tema y textura, a una dimensión política de las palabras y las cosas. Esa misma ductilidad porta Mundo Orco, la novela que recibió una Mención Especial en el Premio Futuröck Novela 2022, cuyo jurado estuvo integrado por Martín Kohan, María Moreno y Luis Chitarroni.

Comienza la lectura, una que no busca ser complaciente, lineal, previsible ni masticada. Mundo Orco está dividida en 5 capítulos. Artemisa -nombre de bautizo o de guerra- en el centro. Una motoquera que nunca se saca el casco, seña de identificación y anonimato ya que debajo de él no se reconocen rasgos femeninos ni masculinos. Frecuenta la “Casa Monacal” de la Logia de las Dianas, que obedece a Maese Loreto, la maestre de la secta feminista -nunca nombrada como tal- que es perseguida.

Diana es una cazadora, la diosa virgen, guerrera, condición que recuerda con esta historia, que la conformación de la sexualidad es el blanco de un sistema de vigilancia. Mundo Orco podría ser, entonces, una metáfora, una alegoría de las estructuras de poder del patriarcado donde La Logia de las Dianas se opone a la vigilancia del cuerpo femenino, a la cosificación, y a su explotación como actividad económica. El primer capítulo, “Episodios de cacería”, es una declaración en primera persona con artilugios de una ciencia ficción donde el cuerpo de Artemisa se muestra y oculta. Entrar en la Orden significa “ser sólo ausencia” para el mundo y llegar a coincidir con “la flecha que te mata, el suspiro que te emociona o te derriba” dentro de las regulaciones patriarcales para actuar como instrumento de homogeneización por fuera del control pornocapitalista. Su castidad militante habla necesariamente de sexualidad, del cuerpo individual negado en pos de un fin político. El casco que protege la parte más importante del cuerpo, la identifica y la torna una más de la Logia, borrando lo más singular, su rostro, que le permite ver sin ser vista. Maese Loreto también habla del cuerpo: “solo aparece la liberación del cuerpo cuando desaparece la preocupación por él”, cosa que no sucede en la webosfera con la superficialidad del cuerpo -su imagen- siempre expuesto. También es el lugar de encuentro entre Artemisa y su amigo Apolo, un hacker que provee las informaciones sobre el misterioso Orco.

Familiaridad y extrañamiento son las estrategias de Néspolo, o su resultado. Los espacios podrían ser reconocibles pero nunca están del todo definidos -se habla de comarca, circunvalación, conglomerado- , lo mismo sucede con las reminiscencias a los métodos de la dictadura “Pasar a la clandestinidad”, desapariciones, el “Hasta la victoria siempre” con la que termina la confesión del primer capítulo o la Fortaleza como lugar de detención de criminales mutantes, que también podría ser Ushuaia o Siberia, en el segundo capítulo cuando llega la condena y el cuerpo recluido, encerrado. Artemisa en la Fortaleza del “Círculo Polar” se escapa, concluye en una isla o todo podría ser parte de un juego, o cuerpo sobre cuerpo, capa tras capa, de la propia escritura. 

El capítulo de “Mundo Orco”, el más extraño, son instrucciones para el juego virtual, donde nada sería lo que parece y las máscaras son para tapar máscaras con visos y contundencia poética. El multiverso de la vida misma, repleta de posibilidades, condicionamientos y limitaciones que se logran decir y cumplir sin llegar a comprenderse del todo. ¡Nuestra vida! Artemisa escapa por las agitadas aguas oceánicas, en un barco llamado Melville y encalla en una isla desierta donde todo puede volver a comenzar, el mundo y su propia vida. Un paraíso. Allí conoce el amor y el sexo interespecie con luminosos centauros. Imaginación, ensoñación, locura. En la isla llega la materialidad del cuerpo. En el capítulo final, “La última Diana”, es el cuerpo del lenguaje, de la escritura, la mediación de la ciencia y de la cámara para comprender el mundo. Lo que se pone de manifiesto es el artificio, que estuvo siempre a la vista, lo que puede convertirse en un nuevo trazo de escritura envuelto en otra superficie.

Jimena Néspolo con esta novela -¿novela?-, de la mano de Diana o Artemisa, atraviesa la literatura de diferentes maneras y con Orco, alude a los monstruos de Tolkien, Moby Dick - Orca-, Orwell -vigilancia-, Foucault -biopolítica- o Laurence Sterne, escritor lúdico al que hace referencia con una calle como la Avenida Néspolo, o donde vive la protagonista, “en los congelados cubículos del complejo de la calle Dick”, en alusión al escritor de ciencia ficción Philip Dick.

La novela cuenta historias dentro de historias. Entre ellas, destaco dos, con el cuerpo como protagonista. Artemisa presencia la muerte de la hermana Aretrix, experiencia durante la cual la joven accede a uno de los secretos de la existencia: “Estamos acá para aprender a morir. La belleza y el tiempo son efímeros. Sólo la muerte nos pertenece.” Entonces, ni siquiera el cuerpo. La segunda, Gaboiela, la hermana que se mete en un prostíbulo y que así, logra mantener a toda su familia. La hermana habla de la madama como una visionaria que cuidaba a las chicas, que les leía poesía pensando en el desgaste de los cuerpos, la soledad, la vergüenza social a pesar de ser el sostén familiar. Valoraba el “saber sensitivo-poético” que en su piel se acumulaba y una misión: entrar en la logia para realizar “acciones mucho más calificadas” como perseguir la trata de blancas en la comarca.


Temas, estilos formas

Artemisa toma “un baño seco con trapo y rociador, como se imponía en la ciudad donde se racionalizaba el agua”. Piensa en “un tiempo de antes cuando era común y no un lujo como lo es ahora que las personas se criaran con sus engendradores” y en “la reproducción estatal controlada en función de la reproducción alimentaria”. Una sociedad donde está previsto el “trimonio” y el pornopolitiks “brinda todo tipo de servicio de modo gratuito” que es además “fácil y seguro, y confiable como el Estado”, “con el pornopolitks las necesidades de cualquier palurdo están resueltas”. El microcosmos de la protagonista está inserto en un escenario urbano multiutópico, nostálgico, con trazos de antigüedad futumoderna que arremolina el tiempo también en el lenguaje utilizando términos en desuso o que aún no se usan como reidio, excusado, pelafustán, tarumba, pant-pantalla o fojas de la historia.

La novela se interioriza en el cuerpo mismo de la escritura. Las tachaduras visibles que deja la escritora en la novela incluye la visibilidad del tachado. Esos trozos “de más” son retazos que dejan fluir a la escritura. Cicatrices. Así, las tachaduras en el texto cuentan otra historia, silenciada. Un afuera que se incluye para poner en evidencia lo marginado. Las rasgaduras infligidas del texto se encuentran a la vista para quien quiera verlas-leerlas. Heridas que son también las del cuerpo. De la misma manera, el cuerpo del lenguaje fluye cuando nos desprendemos de él, cuando lo dejamos ser y adquirir un ritmo libre más allá de las consideraciones racionales que podemos proponernos.

Jimena Néspolo escribe mientras critica, polemiza mientras narra. Provoca y se la banca. Cuenta historias por dentro y fuera de la historia del mismo relato y, en un mismo trazo, puede verse un novedoso gracejo mientras subvierte el orden de las cosas y tira ideas de cómo podría ser uno nuevo. Así como quien decía que no le interesaba una revolución si no se podía bailar, a Néspolo no le interesa un nuevo orden de cosas si no es iluminado por cierto humor y un espíritu crítico y juguetón. Hay nostalgia en su escrito pero, aún en las partes más oscuras, no sobreviene el pesimismo sino la energía de una escritura arrolladora. La obra confronta con temas actuales, no resueltos, abiertos, y permite seguir rumiando, seguir pensando, imaginar otros escenarios. Llevando al ritmo como galope, en ese estado nos deja Mundo Orco.

lunes, 7 de agosto de 2023

Pertenecientes a otro orden

 


"Como ruedas como jaulas como comadrejas", los cuentos de María Eugenia Alcatena

Con recursos del fantástico y la ciencia ficción y personajes tanto humanos como animales, en Como ruedas como jaulas como comadrejas, María Eugenia Alcatena trabaja en once cuentos temas de este mundo como la maldad sin sentido, la crueldad y la tendencia a la destrucción.

 (Fuente: Bruno Szister)
. Imagen: Bruno Szister

“El juego era ir enhebrando esos mundos” dice María Eugenia Alcatena sobre “Bordes”, el último que sumó a su primer libro de cuentos, Como ruedas como jaulas como comadrejas (Ayarmanot). Dice que eso fue lo que pudo hacer, a los diez días de haber parido: escribir ese texto como lo escribió, reconstruyendo los pedazos. María Eugenia es hija de Enrique Alcatena, el reconocido ilustrador argentino, y ya lleva escritos varios guiones de historieta y una novela interactiva (entre otros). Este es su primer libro sin coautores, y son once cuentos donde la realidad -y el lenguaje- se tuercen hasta un punto de no retorno.

En esos mundos más o menos cercanos a los nuestros, esa torsión es, por momentos, casi imperceptible. Por otros, es la regla más que la excepción. Los animales viven e interactúan con los humanos como humanos. Se vuelven ellos mismos algo nuevo, un híbrido que conserva algo del instinto salvaje que el hombre olvidó. También hay muchos servidores, personajes que cumplen tareas anodinas en apariencia, pero en las que puede jugarse la destrucción del mundo. Y después está “Bordes”, ese cuento imposible y extraño que condensa en definitiva gran parte de los gustos e inquietudes, de la búsqueda formal y artística de María Eugenia Alcatena como escritora intrépida, creadora de relatos donde la imaginación y su desboque es, casi, lo fundamental.

Quizás esta afición por construir espacios y tiempos extraños en este relato llegue a su paroxismo. Como en los saltos imposibles que damos en sueños, el cuento comienza con alguien que acaba de llegar a un mundo de horizontes vacantes e infinitos, de suelos negros sembrados de brazos. En ese laberinto el personaje también es el lector, ya que Alcatena lo invoca con la siempre inquietante segunda persona. “Por más hondo que caves cada antebrazo se extiende indefinidamente bajo tierra”. recurso que ya había explorado en No me llames Tami (2017), una novela de terror construida como los libros de la clásica serie Elige tu propia aventura, escrita junto a Florencia Miranda, Melisa Martí e ilustrada por Joaquín Bourdeu Barassi.

En “Bordes” no sabemos nada -ni dónde estamos, ni hacia dónde vamos ni el propósito del personaje- excepto que el tiempo se nos acaba. “Tenés solo hasta que los puños se cierren, al unísono”, dice el narrador. Y ese movimiento ya empezó apenas leímos la primera frase.

Preguntarle al autor lo que quiso decir, o si eso que escribe es o no un reflejo de sus experiencias, suele ser una tarea a veces estéril, otras, directamente equivocada. Sin embargo, lo que siempre lleva a puertos más interesantes es rastrear las marcas textuales, esos indicios que suelen colarse con vida propia en los textos a pesar del autor y sus intenciones.

Desde ya, una advertencia: en “Bordes” hay un embarazo, hay una inseminación, se dice con textualidad en el cuento. Pero no se termina de comprender si esa palabra, embarazo, significa lo mismo en ese mundo que en el nuestro. Se nos indica, sin explicaciones (¿dónde estaría el juego si no?), que debemos adaptarnos a un medio líquido y ambarino para respirar que nos va a sustentar hasta que logremos (o no) salir: que estaremos contenidos en una “membrana elástica”; que hay un túnel que se extiende de “anillos apretados” por el que finalmente tenemos que avanzar “en contra de las secreciones y de los espasmos”. Así la vida, como la escribe Alcatena, se abre paso.

Como ruedas como jaulas como comadrejas es, si fuera necesario clasificar, un compilado de cuentos de ficción que toma recursos y temas del género fantástico y la ciencia ficción.

Alcatena duda sobre esto de que haya “temas”. Más bien piensa que estos textos tratan de construir y explorar lugares y personajes. Por eso “Bordes” es un texto “potencialmente infinito”, reflexiona. Por eso la voz que narra el cuento nos dice que tenemos que descubrir “ese pliegue imperceptible en el tejido de lo real,”, y agrega, “y crearlo con la potencia superior de tu mirada”.

Pero esto no es solo patrimonio del género fantástico. Alcatena menciona una novela que le encanta, El trabajo de Aníbal Jarkowski. “No es para nada fantástica, pero lo que hace con el lenguaje, y la torsión del mundo es alucinante”, analiza. Ve en esta novela “una apuesta fuerte por el poder transformador de la imaginación”, algo que alentaba también Alberto Laiseca y trataba de compartir con sus alumnos, entre ellos, la autora. Solo uno de los cuentos (“Las nupcias salvajes”) comenzó en ese taller, en una época en que los chanchos le llamaban la atención.

No es el único chancho, pero tampoco el único animal de estos cuentos. Hay gatos que caminan en dos patas, almas humanas en cuerpos de comadrejas. Después también está “La reina de los lagartos”; la autora dice que es casi el único cuento sin elementos fantásticos, pero es difícil de creer. En ese relato, una paleontóloga especializada en el estudio de reptiles y anfibios es convocada para un proyecto importante, pero termina obsesionándose con una colega, la Doctora Cherpas. La paranoia crece aún más que la investigación. Rastrea a la colega y la encuentra en su casa, al sol, desnuda en medio de un jardín que ya casi es selva.

“Ahí estaba, echada sobre una reposera blanca, al sol, desnuda, larguísima como era, Cherpas”. Su voz surge embotada, como si estuviera dentro de un acuario, detalla su admiradora serial. Otros rasgos reptilianos se sugieren, pero jamás se confirman.

Es cierto que, en otros cuentos, la autora suele declarar abiertamente que el protagonista es un gato (“Gutiérrez”), o, que es un chancho el que devora los fantasmas de los muertos (“El vuelo resplandeciente de la princesa del algodón damasco”). En este no. En este cuento Alcatena coloca las piezas lo suficientemente cerca para que encastren, pero es el lector el que finalmente las unirá, transformándose en el responsable de su propio engaño.

A través de narraciones extraordinarias -en el sentido de “perteneciente a otro orden”, otra realidad- algo que logran los cuentos de Como ruedas como jaulas como comadrejas es hacernos reflexionar sobre cuestiones que no son para nada de otro mundo: la maldad sin sentido, la tendencia a la destrucción, la crueldad.

Dice la narradora de “Gutiérrez”, donde un gato doméstico empieza a caminar en dos patas y se vuelve un ídolo en un mundo del que sale para volver a su guarida y su andar cuadrúpedo: “Y el mundo es feroz, y se ensaña con aquello que le da la espalda y se le resiste, resuelto a apropiárselo”.