Acaba de aparecer su número 55, lo que la convierte en la última sobreviviente en papel de la rica historia local del género
El regreso de Cuásar, una de las revistas históricas de ciencia ficción en castellano
Una de las grandes sorpresas de un fin de año ciertamente distópico fue la inesperada reaparición, tras ocho años de silencio, de la publicación dirigida por Luis Pestarini, que en esta entrevista repasa sus cuatro décadas de historia así como el devenir del género durante todo ese tiempo.
En febrero de 2015 se publicaba el número doble (53/54) de una revista que circulaba entre los apasionados lectores de la ciencia ficción en Argentina y otros países hispanoparlantes desde principios de los ’80: algo que, claro está, representaba un logro inaudito y hacía de la publicación una referencia obligada por su duración y calidad. El nombre de la revista era Cuásar, pero, detrás de ella, Luis Pestarini había llevado adelante lo que creía un trabajo de coordinación entre varios aficionados que terminó, en ese 2015, con cierto cansancio.
Los motivos de ese cansancio eran algo de agotamiento en el solitario trabajo de llevar adelante la obra y algunas circunstancias que excedían a alguien que hacía tiempo trabajaba en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Así que lo había decidido: el número 55 iba a ser el último. En tren de preparar el cierre de eso que había sido un proyecto personal con ramificaciones insospechadas, Pestarini larga una convocatoria de colaboraciones y lo que llega no lo satisface. Para un entusiasta, nada peor que perder el entusiasmo. Sin muchas explicaciones, decide dejar pendiente el número en el aire.
Cuásar 1, verano del '84
Hicieron falta ocho años para que Luis volviese a encontrar, casi a modo de juego, la inspiración para que fuera armando, en su cabeza, al principio, esa edición supuestamente final. Empezó por un cuento que recibió en su momento y al cual no le había prestado atención, uno de Juan Simerán, “El camino de Jonás”. Después, pidió una colaboración a Erick J. Mota, para él, un escritor de ciberpunk que, si no fuese cubano, ya estaría publicando por todos lados. Y, finalmente, sumó traducciones de su pluma de cuentos que había rastreado en el panorama anglosajón, como hizo siempre, para ver por dónde estaba yendo la ciencia ficción en esas geografías. El demorado Cuásar 55 estaba listo. Pero ahora sabe, y lo dice con la alegría de quien volvió a reencontrarse con un amor eterno, de esos que nunca se van por más que el tiempo los maquille de agotamiento, que no será el último.
“En enero se cumplen 40 años del primer numero, así que hay que contextualizar un poco”, señala Pestarini para hablar de una revista que funcionó siempre como un punto de encuentro para leer los cuentos más desafiantes y sofisticados de la ciencia ficción contemporánea y participar de las discusiones críticas acerca de las obras de autores de la más diversa procedencia. “Acabábamos de estrenar la democracia, había mucho movimiento a nivel cultural, y también estaba operativo el CACyF”, recuerda, refiriendose al Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía. “Una asociación donde nos juntábamos escritores, editores, lectores, y también allí se desarrollaron las publicaciones de material que en ese momento se decía fanzine, pero en rigor eran revistas de aficionados”.
Portada de otro numero histórico
Antes de Cuásar, precisa Luis, habían aparecido dos revistas, como no coincidía mucho con sus criterios y era “medio lanzado”, decidió hacer la suya, que contuviera algunas cosas que sentía que estaban faltando. Para Pestarini, que venía de estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras y que gran parte de su vida profesional la pasaría como bibliotecólogo y traductor literario, eso que estaba faltando en revistas como Minotauro (segunda época), con la dirección de Marcial Souto, era una actualización. A principios de los ’80, era un anacronismo seguir editando a los autores de los ’60. “Había una revolución en Inglaterra y Estados Unidos que era el ciberpunk, y nadie lo estaba viendo”, remarca Pestarini con los gestos de alguien que pareciera estar tocando, puntillosamente, las páginas de un libro invisible mientras habla. “Cuásar un poco lo mostró con autores como Bruce Sterling, como Connie Willis, que casi no se conocían en español. También publicamos el primer cuento en español de William Gibson, que después la editorial Minotauro va a publicar con éxito, o también sacamos a Ted Chiang, alguien que luego iba a tener una circulación en castellano que lo convertiría en un consagrado”.
Esa atención por lo nuevo en una literatura dedicada justamente a la novedad (viajes espaciales, visitas inesperadas, modificaciones de nuestro cuerpo y un largo etcétera) marcó siempre el pulso de Cuásar, sumado a un interés por correrse de la influencia anglosajona para ver qué pasaba en otros puntos del globo y con una búsqueda de escribir críticas más sofisticadas que no sean solamente un comentario de lector. De ahí que este número 55 cuenta con el artículo “Un panorama de la ciencia ficción argentina en los últimos años”, con su director repasando qué se editó en esa materia desde el número anterior de la revista y repasando los trabajos de Flor Canosa, Michel Nieva y Juan Mattio, entre muchos otros.
Luis Pestarini, director de Cuásar
Pestarini es también un sobreviviente, uno de tantos, de los círculos de aficionados de los 80-90. Cuásar prácticamente se agotaba entre los locales, llegando inclusive a puntos tan distantes como México o Cuba. Para Luis, el motivo era que, en paralelo a la caída de la actividad vinculada al género en España, se le sumó la aparición de un fandom muy nutrido en la Argentina de los ’80, donde llegó a haber una decena de revistas, de las cuales quedan la propia Cuásar y Axxón (de finales de los 80, totalmente digital, primero en disquetes, luego en formato web). Ese acto de compromiso, amor y profesionalidad que es Cuásar tuvo pruebas muy duras en todos sus años, como cuando el número doble 9/10 de 1986 tuvo que hacerse de nuevo porque el original se quemó en la imprenta. “Llegué y estaba toda la galería llena de agua y hojas del interior del nuevo número de Cuásar quemadas en el suelo”, recuerda. Él sólo tuvo que encargarse en ese momento de rearmar el “pegote”, el original con los artículos tipeados de nuevo, con las imágenes sacadas de otros lados y con algunas ilustraciones originalesperdidas para siempre.
“Hay cosas impactantes, igual, que para mí representan lo que la revista realmente significa”, cierra Pestarini. “En enero de 2002 había hecho uno de esos números de Cuásar que llevaban mucho laburo, todo a pulmón. Había impreso el interior en mi casa, encolé los números, mandé a imprimir las tapas a una imprenta, mandé la nueva revista a los suscriptores por correo, así. Y después de eso, empezaron a llegar cartas, mails, de gente que me decía que era lo primero que recibían como una señal de normalidad en el país después de todo lo que venía pasando. Era una época muy difícil. Mirá, se me pone la piel de gallina... yo creo que en ese momento seguir con la revista era resistir”. Quizás por eso Luis esté preparando, ahora mismo, el número 56.
Portada del nuevo numero de Cuásar
Cuásar se consigue en cuasarcienciaficcion.blogspot.com, donde también están todos los datos de la convención organizada por la Biblioteca Popular Ansible para el 29, 30 y 31 de marzo. Además, Pestarini es jurado del concurso de relatos “Karel Kapek”, junto a Laura Ponce y Wanda Elfenbaum. Más información mandando un mail a carlesrosmas@gmail.com.
Armé una carpa, clavé estacas y cuidé que una a una atravesaran mis pensamientos; luego cada idea sería una crucifixión y cada silencio el luto de una virgen.
Este es mi país, un territorio sin voluntad donde la intuición rige sobre las cosas.
Un sitio horrible, por cierto.
No tiene sol; una noche apenas interrumpida por gritos de pájaros y el tránsito de una opacidad a otra deja ver cuatro lunas que se ceden mutuamente el dominio de las tinieblas.
Yo, desde mi carpa, especto cada tres horas el cambio lunar.
(Las telas se abren cuando la luz del cuarto satélite refracta el amanecer del primero; días largos donde la única distracción consiste en buscar formas humanas en el juego de fosforescencias que regalan líquenes acuáticos).
El resto del tiempo esperamos que aparezca el mensajero.
Suele tomar el aspecto de Dodo; y le acompañan gansos, buitres, tornillos e insectos.
Vivo en un centro cínico.
Nadie me puede sacar de aquí.
2
Llego al abismo y pienso: siempre quise construir un puente, pero no sé cómo.
En otro tiempo hubiera bastado tener mucho dinero, contratar a un ingeniero o ser parte de una tribu que cada año teje y testeje una pasarela de cuerdas como ritual.
(O buscar en Internet cómo hacerlo. Pero aquí no hay ingenieros, ni computadoras, ni Internet.
Y tampoco hay puentes.
).
Cuando duermo, sueño que camino sobre una gran estructura de fierro sostenida por arcos que hacen las veces de columnas coronadas por frisos. No son simples motivos, son acertijos concatenados con la solución siguiente. El texto el legible aún si estoy narcotizado.
Este es el mensaje que reveló mi suelo ayer: “orden y contraorden”.
El juego de oposición no implica caos, ni anarquía, ni desconcierto; la palabra es “contraorden”.
Viejas barandas amarillas buscan retenerme a mí y a todo lo que tiende a caer. Yo tiendo a caer y conmigo cae lo que pienso.
El puente no, el puente permanece.
La altura es tan grande que el descenso funde la materia.
Abajo un océano verde.
Antes de perder la consciencia, antes de recuperarla, una pregunta me congela en la nada. ¿Qué plantas nacen en la caída? ¿Qué sueños embriagan a los que allí llegan?
La tienda se abre con Jápeto. Luz ciega, luar.
Mi cuerpo descansa sobre una cama de conejos muertos.
7
¿Qué hacer cuando no sabes qué hacer?
El corolario de N. Jira a la Ley de Godwin: “Si todo viene hacia ti, es que vas en la dirección opuesta”.
Es una buena pista, pero presenta un problema: el postulado se alimenta de dos presupuestos:
1. Que hay un camino trazado 2. Que dicho camino es recorrido por grupos distintos en direcciones contrarias.
A pensar de su nomenclatura geográfica y de su espíritu orientativo, el mundo donde funciona dicho corolario no es un mapa, es una línea. Por otro lado, a veces la gente abunda y otras falta, ¿qué hacer cuando no tenemos información suficiente para utilizar esta brújula?
Stefan Zweig: “El que obra heroicamente tiene que obrar, por fuerza, contra la lógica”.
Es un apoyo excelente, más refinado, una sentencia tan genérica que puede ser aplicada en cualquier momento. Como ahora, que soy una hormiga que camina al borde de un naipe.
Sin embargo, hay determinados estados en los que no nos sirve en heroísmo ni la lógica, y el sentido común no es cosa clara (después de todo, Zweig pensaba en Magallanes, no en ti, que jamás subiste a un bote porque le tienes miedo a cualquier cosa que sea mayor que tus piernas). Y de hecho, la mayor parte de las veces nos enfrentamos a situaciones ordinarias en las que el heroísmo solo pasa por estupidez y la lógica está descartada por el corolario de N. Jira a la Ley de Godwin.
En tal caso, sólo nos queda aplicar una de dos alternativas:
1. Volver a Séneca: “Para quien no sabe adónde va, no hay buen viento ni mal viento”. 2. La siempre útil Navaja de Ockham: “Ante soluciones equiparables, prefiérase la más simple”. O como sea.
Hace casi dos años hablé por primera vez del hopepunk en mi blog, y con esa pequeña entrada, en la que traducía un artículo de Alexandra Rowland, traje a España esta corriente literaria por primera vez. Desde entonces se ha hablado mucho de ella en charlas, mesas redondas, artículos de blog e incluso en el periódico, para regocijo de todos los amantes de este tipo de historias. A finales de 2019, Rowland escribió otro artículo sobre el tema para el zine The Stellar Beacon, titulado One atom of justice, one molecule of mercy, and the empire of unseathed knives.
Lo leí hace unos meses y me encantó, así que no perdí el tiempo. Le envié un correo a Rowland y me ha dado permiso para traducirlo íntegramente al español, así que ¡aquí lo tenéis! Espero que lo disfrutéis tanto como yo.
UN ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN Y EL IMPERIO DE LAS HOJAS DESENVAINADAS – ALEXANDRA ROWLAND
Han construido un imperio de mentiras Donde entierran dos veces a los muertos Para alimentar a los vivos Y solo escapas del yugo del hambre que te aprieta el cuello Si extiendes las cruentas mentiras Y ellos también quieren vivir … Construyamos juntos Un imperio de hambre y hojas desenvainadas Donde no vivamos en cuartuchos afirmando desear poesía Cuando solo queremos vivir Cimentemos las calles con cadáveres Pues ya lo están, y no podemos alzar a los muertos Pero dejémoslos fuera la próxima vez Enterremos las mentiras, no a los vivos Cuyas bocas llenamos de historias Construyámoslo pronto, si no hoy
En julio de 2017 acuñé el término «hopepunk», definido en sus orígenes de manera muy sencilla en una entrada de Tumblr: «Lo contrario al grimdark es el hopepunk. Corre la voz». Cuando me pidieron que lo aclarara, escribí: «La esencia del grimdark es que todo el mundo es, inherentemente, bastante mala persona, y hace cosas malas; y es horrible y descorazonador y cínico. Es mirar a la naturaleza humana y pensar: “El vaso está medio vacío”. Read more about online pokies real money. El hopepunk dice: “No, no lo acepto. Que te den: el vaso está medio lleno”. SÍ, somos una mezcla desastrosa de bueno y malo, defectos y virtudes. Todos hemos sido mezquinos y ruines y crueles, pero (y esta es la parte importante) también hemos sido dulces, e indulgentes, y buenos. El hopepunk dice que la bondad y la dulzura no son un sinónimo de debilidad, y que en este mundo de un cinismo y nihilismo brutal, ser bueno es un acto político. Un acto de rebelión».
Creo que el propósito de que me encargaran este artículo era que escribiera algo alentador. No sé si puedo. Creo que eso sería (y me temo que lo sería) agradable. Agradable, qué palabra más horrible. Es una palabra para silenciar cualquier cosa que te incomoda: «No conseguirás esos derechos civiles básicos que reclamas si no puedes ser agradable».
Lo agradable no supone una amenaza. Lo agradable es cómodo. Lo agradable es un vecindario tranquilo, de vallas blancas y monovolúmenes blancos y una demografía apabullantemente blanca, donde no se hablan de temas que no son agradables.
Fotografía de Jonathan Harrison
El mundo nunca ha sido agradable. El mundo siempre ha sido y será una lucha darwiniana e infinita por la supervivencia, un «imperio de hambre y hojas desenvainadas», arañándonos y trepando los unos sobre los otros en una protesta desesperada, mientras aplastamos las botas en la cara de otra persona para elevarnos un poco más a riesgo de que nos aplasten a nosotros.
Pero, de vez en cuando, las personas en medio de la maraña son capaces de mirar abajo y ver la masa de cuerpos deshechos, la base de la pirámide sobre la que se alzan, y por un momento ven cuán inestable es su posición, que su pirámide no se construye sobre tierra firme sino sobre carne humana y dolor humano. Por un momento pueden ver, y la ilusión de lo agradable se les escapa de las manos, y lloran; pero aun así, aun así, no lloran por quienes están bajo ellos que llevan tanto tiempo sufriendo. Lloran como niños que han perdido su peluche. Lloran porque el mundo ya no es tan agradable como pensaban y lidiar con eso es difícil.
Lo agradable es una ilusión, igual que darse cuenta de repente de que todo era mentira. Ves el dolor de los demás únicamente cuando ha durado eternidades. No es algo nuevo: el mundo siempre ha estado en llamas. Durante las primeras semanas de noticias sobre el Servicio de Inmigración estadounidense, que separaba a niños de sus familias y los metía en campos de concentración, busqué antiguas canciones protesta y mis dedos dieron con «Deportee (accidente de avión en Los Gatos)», compuesta inicialmente en 1948. En el puto 48.
El mundo siempre ha estado en llamas. Siempre hemos sido unos monstruos los unos con los otros.
Pero vamos a ello. Hopepunk.
Primero, debes entender que todo es ficción: el dinero, los modales, la civilización. Todo son pequeños cuentos que nos contamos entre nosotros, pequeñas alucinaciones colectivas. Una serie de reglas para que todos juguemos juntos a las casitas.
Terry Pratchett quizá fuera algo menos caritativo: él las llamaba mentiras.
«LOS HUMANOS NECESITAN LA FANTASÍA PARA SER HUMANOS», dice la Muerte en Papá Puerco. «A MODO DE PRÁCTICA. HAY QUE EMPEZAR APRENDIENDO A CREER EN LAS MENTIRAS PEQUEÑAS. […] COGE EL UNIVERSO Y MUÉLELO HASTA QUE NO SEA MÁS QUE UN POLVILLO Y PÁSALO POR EL MÁS FINO DE LOS TAMICES Y ENSÉÑAME UN SOLO ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN. […] Y SIN EMBARGO ACTUÁIS COMO SI EXISTIERA UN ORDEN IDEAL EN EL MUNDO. COMO SI HUBIERA UNA… UNA CORRECCIÓN EN EL UNIVERSO POR LA CUAL ESTE PUEDE SER JUZGADO».
Como respuesta, Susan protesta. «Sí, pero la gente tiene que creer en eso, de otra manera qué sentido tiene…».
«EXACTAMENTE LO QUE YO DECÍA» dice la Muerte.
Composición de Mark Sabalauskas
Pero ¿y si dejas de creer que hay, aunque sea, un átomo de justicia en el mundo? ¿Qué sentido tiene entonces? ¿Cómo continúas así?
¿Qué sentido tiene?
Tengo miedo. Estoy perdiendo mi historia, mi creencia en ese átomo de justicia. Lo veo suceder, poco a poco cada día, mientras se desmadeja en mis manos. Y yo soy cuentacuentos profesional. Si alguien debe saber cómo mantener atados los hilos de una historia y evitar que se deshilachen debería ser yo, ¿verdad? Y, si yo no puedo aferrarme a ella, ¿cómo podrán los demás?
Pero quizá es más fácil para otra gente, gente que no sepa que una historia es igual de frágil que un velo de seda. Quizá la aferran con más fuerza, menos nerviosos de rasgarla.
Me da miedo ver en qué me convertiré cuando los últimos hilos se resbalen entre mis dedos. Me da miedo caer en la complacencia, que algo se rompa en mi interior, refugiarme en lo agradable como si fuera el último santuario intacto antes de caer en la desesperación. Mientras escribo, mis ojos se anegan de lágrimas. Y no es una forma de hablar. Me cuesta respirar. Me tiemblan las manos. Tengo miedo.
«El hopepunk dice [sobre la naturaleza humana] “el vaso está medio lleno”», escribió mi yo de mediados de 2017. Parece algo ingenuo ahora, ¿no es así? Esas son las palabras de una persona bajo el manto de una historia que aún no está ajada y deshilachada; una persona que piensa que en sus manos hay una espada; una persona que piensa que, como individuo, puede llegar a marcar una diferencia, que en la humanidad hay algo fundamentalmente bueno.
¿Qué hacemos cuando tenemos las manos vacías, cuando nuestros mantos han desaparecido, cuando miramos a nuestro alrededor y vemos cuán vasto es el mundo? ¿Cuando vemos lo inútiles e insignificantes que somos, que el resto del mundo no es particularmente cruel ni malvado, solo… mediocre? ¿Autocomplaciente?
Si hay algún dios que nos observa, por favor, por favor: libéranos de la autocomplacencia.
Y, si no los hay, si estamos solos en la oscuridad y nuestras velas titilan…, ¿qué hacemos? ¿Cómo vamos a continuar?
¿Qué sentido tiene?
Fotografía de Elijah O’Donnell
Además de ser monstruos los unos con los otros, hay otra cosa que al ser humano se le da de maravilla.
¿Alguna vez has encendido una hoguera frotando dos palitos? ¿Has mirado al cielo nocturno y has pensado que, quizá, contar las estrellas no sería tan difícil? ¿Has intentado construir una biblioteca en Alejandría? ¿Has ido caminando hasta el Polo Norte? ¿Alguna vez te has separado de alguien a quien quieres mucho, muchísimo, a pesar de que preferirías arrancarte el corazón del pecho con tus propias manos, porque tenías que hacer algo importante en la otra punta del mundo y esa persona no podía acompañarte?
¿Cómo lo haces? ¿Cómo lo gestionas cuando la tarea ante ti es enorme e imposible?
¿Cómo lo haces? ¿Cómo continúas?
Así se enciende una hoguera frotando dos palitos: pura, simple y puta terquedad. Así cuentas las estrellas, construyes la biblioteca y vas al Polo Norte. Así te aferras a la historia aunque se desmaneje entre tus dedos. Aprietas los dientes, aguantas el dolor y continúas: estrella a estrella, ladrillo a ladrillo, paso a paso. Puedes lograr mucho cuando decides ser la hostia de obstinade y te niegas a morir.
Deja que te cuente una historia.
Cuando luchas, ganas. Cuando crees en algo bueno y noble, prevaleces. En su interior, la gente es esencialmente buena. La gente cambiará de opinión, aprenderá, crecerá, se arrepentirá, se ganará el perdón. Hay una luz al final del túnel. Es posible matar al dragón. Se puede eliminar de este mundo al mayor de sus males. El amor siempre gana.
Suena agradable, ¿a que sí?
Eso no es hopepunk.
Existe otro subgénero, ligeramente menos conocido que el grimdark, llamado «noblebright»*. El noblebright trata de la bondad y la verdad y eliminar el mal para siempre; va de la bondad fundamental en la humanidad. Son la mayor parte de las leyendas artúricas, la trilogía original de Star Wars, Narnia… En términos de Tolkien, es Aragorn, en lugar de Frodo y Sam (quienes son lo más hopepunk). En el noblebright, cuando vencemos al señor oscuro se salva el mundo y termina nuestro trabajo. El equilibrio y la serenidad vuelven a la tierra. Nuestro rey es bueno y de corazón puro, por eso es el rey.
Fotografía de Ricardo Cruz
Todo es muy agradable.
Si le preguntas al noblebright «¿Qué sentido tiene?», la respuesta es «Erradicar el mayor mal. Terminar la tarea. Salvar el mundo. Ganar».
El trabajo nunca se acaba. El trabajo nunca se acabará. Nunca existirá una utopía cómoda y agradable donde podamos dormirnos en los laureles y tomar daiquiris de fresa junto a la piscina y confiar en que ahora todo va bien y podemos relajarnos. La utopía no es un sistema estable. No es duradero. Lo máximo que podemos esperar son cinco minutos, una hora.
No se puede ganar para siempre. No se puede erradicar al mal, solo rechazarlo durante un par de días antes de que vuelva a colarse, como el agua filtrándose por las hendiduras de una presa.
Fotografía de Randy Colas
Pregúntaselo al hopepunk: «¿Qué sentido tiene?».
Y la respuesta es, por supuesto, que el sentido está en la lucha.
No tienen nada que ver la gloria o los actos heroicos; no se trata del resultado, porque no existe el final. Siempre hay un mañana y, cuando el sol vuelva a alzarse, seguiremos teniendo una presa que contenga el agua. Por ahora. Pero la entropía existe, y las presas hay que mantenerlas, y eso es algo que debemos hacer todos, y se consigue entrelazando los brazos con el de al lado y construyendo una comunidad con una intención deliberada.
Tiene que ver con que el primer paso para matar al dragón es que una persona diga, probablemente borracha en cualquier bar: «Apuesto a que es posible hacerlo».
Es ser buenos por el mero hecho de ser buenos, porque puedes serlo, y que las cosas te importen porque el mundo (de alguna forma, misteriosamente, contra todo pronóstico) vale la pena y tampoco es que tengamos otro lugar al que ir.
Es clavar los pies con firmeza y creer que un único átomo de justicia, una molécula de compasión, existe en algún lugar en el vasto e incomprensible universo; creer en ello, aunque la única razón sea decir que te jodan, colega; que te jodan, que te jodan, que te jodan. Hago lo que quiero y esto, esto es lo que quiero; este es el mundo en el que quiero vivir. Uno en el que existe un átomo de justicia, incluso si yo no lo he visto nunca, incluso si nunca llego a verlo.
Es hacer lo que puedas hacer, aunque sea inútil: plantar semillas en medio del apocalipsis, escupirle a un incendio forestal, vaciar el océano con un cubo. Las acciones individuales son, casi siempre, inútiles. La esperanza y la fuerza vienen de nuestros vínculos con otros, de las acciones que hacemos como comunidad, de darnos las manos en la oscuridad.
La nobleza y la rectitud molan, tienen estilo, y te libran de las críticas (¡qué agradable!); pero te acaban cansando.
Acepta las alegrías sangrientas, vengativas, cuando puedas, porque la noche es oscura y la lucha es larga y no hay caballeros de brillante armadura esperando para matar al dragón en el momento del clímax dramático. Ten malicia. Sé ruin. Falta al respeto. Haz pintadas en alguna casa. Cubre de plumas a tu congresista local, qué sé yo. Haz lo que tengas que hacer, mientras estés haciendo algo, mientras agarres el mundo a tu alrededor de forma real y tires de él en la dirección Ligeramente Menos Mala. Los moralistas del sofá se preguntan: «Si un hombre apunta a tu amigo con una pistola y le haces daño, es igual de malo que dejar que él hiera a tu amigo, ¿no?». No, qué va. Además, ¿qué coño te pasa? Coge la pistola y le das al tío con la culata. Salva a tu amigo. No todas las bondades pesan lo mismo, y la bondad generalizada, sin sentido ni radicalidad no es mejor que lo agradable.
Haz que te importe el mundo que te rodea, la gente que te rodea, la gente que no te rodea, la gente que está al otro lado del mundo, por la simple razón de que es gente que ama a sus hijos, que ríe, que baila, que besa, que llora.
Fotografía de Rob Walsh
¿Sabes por qué a los humanos se les da tan bien ser horribles los unos con los otros? Porque, cuando te olvidas de que alguien es una persona, cuando te olvidas de que ríen y lloran y quieren a sus hijos, ser horribles sienta bien.
Ya está. Es aterrador lo sencillo que es, ¿verdad?
Pero vamos a ello. Es una herramienta. Ya que la tienes integrada, al menos la puedes abrazar. Úsala. Apóyate en ella. Sé horrible con los monstruos, si eso es lo que hace falta, si no te quedan más opciones.
Y, si aún te quedan opciones, recuerda: la resistencia no violenta también surge de un lugar de rabia.
La gente complaciente, la gente agradable, no se enfrentan a un escuadrón de policías armados. No marchan por la sal hasta Dharasana sabiendo que saldrán de allí apaleados, o muertos. No es algo que haces cuando crees que hay otras maneras de conseguir que te escuchen. Una persona debe estar enfadada por algo para llegar a hacer algo así, para llegar a poner su propia vida en peligro para resistir.
El hopepunk no es limpio y resplandeciente. El hopepunk es mugriento, porque eso es lo que pasa cuando luchas. Es duro. Es un trabajo sucio, que te hace sudar, que te rompe la espalda, que nunca termina. No es bonito, y no es noble, y no es agradable, aunque espero que la inclinación natural (e incluso mi propio instinto) es venderlo como tal para olvidar la palabra «radical» de la frase «bondad radical»; olvidar la parte «punk» de «hopepunk», que es, realmente, la mitad operativa de la palabra. Olvidar el enfado y reblandecerlo, porque lo que ansiamos es la suavidad. Queremos que el mundo sea mejor: más bueno, más justo, más compasivo. Aún ansiamos el noblebright, la creencia honesta y desesperada de que el amor lo conquista todo. Excepto que, cuando el otro tío tiene más armas y menos objeciones morales que nosotros, no lo conquista.
Olvidamos, a veces, que nosotros también tenemos cuchillos en este imperio. Que podemos desenvainarlos, que podemos apuntar nuestras hojas para defender un átomo de justicia y una molécula de compasión que quizá ni siquiera exista, excepto… excepto donde nosotros las hagamos existir, en las manos tendidas que ofrecemos a otros, y en el refugio que ofrecemos incluso cuando nosotros mismos estamos exhaustos, cansados y sucios, y los lobos campan en nuestra puerta.
No hay héroes y no hay villanos. Solo hay personas. Eso es hopepunk: que da igual que el vaso está medio lleno o medio vacío, lo que importa es que hay agua en el vaso. Y eso es algo que vale la pena defender.
En este artículo, entre otras muchas cosas, Rowland deja claro que el hopepunk no es un género complaciente. Es un género en el que la lucha y el conflicto tienen un papel central, en el que las cosas no son buenas: la gente lo es, y por ello se rebela. Por eso lucha, aunque tenga que recurrir a la violencia. Muchas veces se ha tomado el hopepunk por un género agradable, amable, que muestra mundos buenos y bonitos donde todo acaba bien. El hopepunk no tiene por qué acabar bien, no es algo idílico, no es una utopía. Nos plantea mundos injustos o en decadencia, pero en los que la gente lucha por lo que es justo, no porque sean los elegidos, ni porque sepan que acabarán derrotando el mal y todo será paz y felicidad cuando acaben. Lo hacen porque alguien tiene que hacerlo, porque les importa las personas que viven a su alrededor.
Creo que es un mensaje que no debe olvidarse nunca, y por eso no me canso de hablar del hopepunk. ¿Qué os ha parecido el artículo? ¡Dejadme un comentario con vuestras impresiones!